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07 de Abril, 2007 · Memorias de un ex-teleoperador

Los compañeros

Compañeros: dícese de individuos como tú que el destino ha llevado a trabajar a contigo y que muy probablemente no tengan absolutamente nada que ver con tu persona.

 

Es curioso como, siendo un poco asocial de tintes misóginos y un bien cultivado lado misantrópico, no sólo conseguí buenos amigos en aquel trabajo, si no una relativamente buena relación con los compañeros. Relacionarse con gente que no has elegido, no es tan sencillo como parece y eso es algo que seguro que todos pueden afirmar, y más teniendo en cuenta los especimenes a los que yo estuve expuesto. Teniendo en cuenta los compañeros cercanos y los lejanos aquello parecía cuanto menos el circo de los horrores venido a menos.

 

Trabajé en Francia para una marca de automóviles que aglutina a los servicios de mareo del cliente de los diferentes países en una misma ciudad. Nosotros, los españoles y los catalanes, (risas) compartíamos planta con italianos y portugueses, aunque más tarde se nos trasladó a todos junto con los Alemanes.

 

En este extracto me centraré en los lejanos, es decir aquellos compañeros que trabajaban para otros países.

 

Jean, portugués; era un cuarentón sabelotodo que no tenía problema en meterse en todas las conversaciones para sentar cátedra con una opinión a veces bastante alejada de la realidad. Para colmo el tío tenía un culo enorme, a pesar de no podérsele considerar una persona de peso, razón por la cual le apodé Juan Culón.

 

Sergio, un tipo con exceso de extroversión que siempre se empeñaba en saludarte a todas horas y estrecharte su mano sudada aunque tú no quisieras. Además teníamos la impresión unánime de que albergaba algún mal tras aquella cara demacrada y el exceso perfume. Esto último era especialmente incómodo cuando entrabas en la sala de pausa y notabas una desagradable mezcolanza con el olor a comida. Vale que oliera a pescado recalentado a microondas, a fin de cuentas es el espacio reservado para comer, pero a Hugo Boss... como que no. Por otro lado esto se tradujo en ventaja, pues gracias a esta presencia odorífera, era posible advertir su presencia en las cercanías para así poder ejecutar alguna maniobra evasiva.

 

La porky, de quien nunca supe su verdadero nombre, era una tipa bajita, regordeta y algo glotona, que tenía morros de cochino. Para “arreglarlo” se le ocurría que lo mejor que podía hacer era traerlos pintados de rojo de labios Meretriz Factor, lo cual resaltaba más aún sus cualidades porcinas... La tía comía la mitad del tiempo en el MC Donalds y la otra mitad ensaladas para compensarlo. Recuerdo el día del concurso de pasteles, en el que entre repartir y repartir, debió comerse más o menos la mitad del suyo.

 

Marianna, una italiana que por desgracia hablaba español y que era más pesada que una mosca en una mierda. Lo peor que podías hacer era preguntarle algo, entonces sabías que tendrías tortura para horas. Con un lado un poquillo facha, llegó un momento en que sus conversaciones siempre giraban en torno a lo mismo, sus desacuerdos con los supervisores, la dirección, que si sus derechos... Los demás nos dejábamos pisar sin abrir mucho la boca, como es normal, y a ella la acabaron despidiendo como es normal también.

 

La Any, otra italiana con ciertos desrreglajes alimenticios que todas las mañanas llegaba con la cara como una paella de granos, y que unas horas más tarde habían desaparecido sospechosamente. La magia del asunto estaba en que entre llamada y llamada la tía se repellaba una capa de maquillaje para equilibrar el diferencial de relieve de los granos con el resto de la cara. Eso además de hacerse la manicura, las pestañas, las cejas y dios sabe cuantas cosas más...

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publicado por bulldozzzer a las 21:01 · Sin comentarios  ·  Recomendar
 
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